Prueba
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El amor verdadero siempre es incondicional y lo es, sobre todo, cuando nos referimos
al amor de Dios. Cuando decimos que el amor de Dios es incondicional queremos expresar algo muy importante para todos
nosotros: tener la seguridad de que
Dios nos ama sin ningún tipo de limitaciones, en una forma de total gratuidad, sin que nuestras debilidades y pecados condicionen o logren
disminuir ese amor profundo, total y
generoso.
Dios
nos ama más allá del bien y del mal. Ama
a todas las personas sin ninguna restricción.
Los pecados personales no logran que
la plenitud de ese amor disminuya en lo
más mínimo.
El verdadero amor no se basa en dádivas,
regalos, besos… ni siquiera en
razón de un buen comportamiento. El amor auténtico supera olvidos
traiciones, mentiras infidelidades y aún
adulterios…
Me contaban que en una familia ejemplar,
la hija, una niña de poco más de dos años, se acercó a su mamá con un caramelo
en sus manos y, en un gesto lleno de
cariño y de ingenuidad, le dijo: “Mamá,
te regalo este caramelo para que siempre me quieras mucho” y la
mamá le
respondió: “Mira, hijita
querida, yo te agradezco tu regalo pero quiero decirte algo muy importante
que nunca debes olvidar: aunque no me regales nada, yo siempre te
seguiré queriendo”.
Muchas
personas piensan: Dios me quiere
porque me porto bien, porque voy a Misa,
porque rezo… porque me porto bien con
Dios, Dios se porta muy bien conmigo. Es
un grave error pensar que la causa del
bien está en nosotros, no en Dios.
Cuando pensamos que con nuestra buena
conducta ganamos el corazón de Dios nos
equivocamos totalmente. El amor que Dios nos tiene es un amor incondicional. Dios
ama a cada persona
tal cual es, incluidos sus
defectos, sus pecados y todas sus
humanas limitaciones. Por nuestros sacrificios y méritos no logramos que ese amor
aumente porque ya se nos da en plenitud. En el
amor divino no hay posibilidad de aumento o disminución y todos nos encontramos
dentro de ese inmenso amor Trinitario,
universal e incondicional ya que la única razón para poseerlo es la de ser personas humanas, sin mérito alguno
de nuestra parte.
Esto nos lleva descubrir una gran verdad: Dios me ama a mí más de lo que yo mismo me amo. Dios quiere mi propio
bien más que yo lo quiero.
No somos nosotros quienes ganamos
el corazón de Dios, ni somos nosotros quienes
ganamos con nuestra ejemplar
conducta el premio de la vida eterna,
sino que todo ello es puro regalo de Dios. Ya lo decía muy bien el poeta “ No me tienes que dar porque te quiera, el cielo que me tienes
prometido… y aunque no hubiera cielo yo
te amara….y aunque lo que espero no
esperara, lo mismo que te quiero te
quisiera”. Dios me ama sin condicionamientos y nos
ama a cada uno de
nosotros por el sólo hecho de ser personas, no por nuestra conducta o por nuestros méritos.
Santa Teresita
se encontraba gravemente enferma
y una de las religiosas le
recordaba todos los méritos ,
penitencias y sacrificios que había hecho en su corta vida, pero ella
le respondió: “ No, yo quiero
presentarme delante de Dios “con las
manos vacías”.
Es un error teológico poner más confianza en nuestra propia conducta que en el amor de Dios.
El
pecado no logra alejar a Dios
de nosotros aunque puede alejarnos a nosotros de Dios. Dios nos acepta y nos quiere en nuestra condición de “pobres pecadores”.
Siempre
tendemos a pensar que es nuestra
buena conducta la que logra que
Dios nos quiera. Creemos que si nos
portamos bien, Dios va a ser más generoso con nosotros….y no es así. Dios nos ama antes que nos portemos bien y aunque
nos portemos mal. Nuestra mala
conducta no logra que disminuya el amor que Dios nos tiene.
Es muy posible que estas afirmaciones
extrañen a muchas personas de muy buena voluntad pues siempre hemos escuchado en la catequesis y en las
predicaciones que Dios nos ama y nos
bendice si nos portamos bien y que la
razón de ser queridos por Dios está en
nuestro buen comportamiento. También
hemos escuchado con frecuencia que Dios
quiere a los buenos y castiga a los
malos tanto en este mundo como en el
otro.
Es un
error teológico y psicológico el dividir a la humanidad en buenos y malos, en justos y
pecadores…. En realidad, todos somos pecadores. Llama la atención que todos los
grandes santos siempre se han juzgado a sí mismos como “grandes pecadores”.
En cierta
ocasión yo estaba exponiendo algunas de esta ideas a un grupo de jóvenes
y uno de ellos, extrañado por algunas
de estas afirmaciones me objetó: “ Si eso que dice usted es verdad, entonces es igual ser bueno que malo, ser cristiano
practicante o ser un descreído”.
Yo le
respondí tratando de aclarar su lógica reacción: “Muy bien. Gracias por
tu cuestionamiento que nos ayuda a aclarar estos conceptos. Si una
madre de familia ama profundamente a su hijo y, a pesar de su mal comportamiento ,
nunca le
castiga ¿ esa bondad de su madre
le da derecho a ese joven a seguir portándose mal….? Amor con amor se paga. La bondad de la otra parte nunca justifica nuestra
propia maldad.”
La amistad de Jesús con los pecadores/as
Toda la vida de Jesús fue expresión de ese amor incondicional que Dios
nos tiene, a pesar de nuestros pecados: Jesús se acerca a todas las personas pero, sobre todo, a aquellas que estaban más alejadas Dios. Es muy
amigo de los publicanos y pecadores, se
sienta con ellos a la mesa y elige uno de ellos para ser su discípulo; defiende a la mujer adúltera; deja de que le bese sus pies una prostituta; dialoga confidencialmente con la samaritana que
llevaba una vida escandalosa; se hospeda
en la casa de Zaqueo, un publicano explotador;
al ladrón que muere a su lado le ofrece
el Paraíso; al hijo pródigo que
ha derrochado sus
bienes en una vida licenciosa el
Padre-Dios le recibe sin ningún reproche y hace una gran fiesta; Jesús repite una y otra vez que Él
no ha venido a llamar a los justos sino a
los pecadores… Es evidente que ama a las personas sin mirar su conducta por mala que ella sea…
Contrariamente , muchos cristianos
con buena voluntad ponen en el buen
comportamiento de las personas la causa de su salvación…..Dicen que Dios quiere
a los que se portan bien, que está a
lado de los buenos y que a ellos, sobre
todo, los bendice… Afirman
que Dios siempre castiga a los malos y premia a los buenos…
¿Es cierto todo eso…? Nos parece que humanamente esto es lo lógico, sin embargo, la causa de nuestra
salvación no está en nosotros sino en
Dios. Uno de nuestros los mayores
errores es valorar más nuestra propia
conducta más que el amor incondicional de Dios. Tenemos, por
desgracia, más fe en nuestras buenas
obras que en la gracia que Dios nos regala-
Jesús está con los pobres, con los
humildes, con los de abajo… no
porque ellos sean
mejores que los demás, sino porque son
los más necesitados. La lógica de Jesús es la lógica del amor. Ama más a
quienes más necesitan de ese amor. Igual
que hace una madre con sus hijos: los
ama a todos, pero está más cerca del enfermo,
de débil, del deprimido, del que más la necesita.
Jesús vino a mostrarnos que Dios es un padre-maternal, misericordioso y compasivo que “hace salir
el sol sobre justos y pecadores”, que quiere a todos, pero sobre todo a los
más pequeños y débiles, a los publicanos
y a los
pecadores y pecadoras….
Esto
significa que, ante todo y sobre todo, tenemos que creer en ese
Dios de amor incondicional. No es lo esencial tener fe
en la existencia de Dios. Lo realmente importante es creer en el Dios
que Jesús nos vino a revelar: un Dios de
amor incondicional hacia nosotros y hacia toda la humanidad.
La exigencia del amor fraterno
Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice que “la fe sin obras está muerta: “Si la fe no se demuestra por la manera de
actuar, está totalmente muerta”. (Sant. 2,17)
Hay una exigencia clara e ineludible en el
Mensaje bíblico: Debemos amar y perdonar a todos
nuestros hermanos generosamente,
lo mismo que Dios nos ama y nos perdona a nosotros.
“Ámense los unos a los otros como yo les he
amado” (Jn 13,34).“Si ustedes perdonan las ofensas , también el Padre celestial les perdonará a ustedes” . En cambio, “si no perdonan las
ofensas a los demás tampoco
el Padre les perdonará a ustedes”
((Lc 6, 14) “Amen a sus enemigos… entonces la recompensa será grande y serán hijos del Altísimo que es
bueno con los ingratos y pecadores”. Mt. 5, 44) “Sean compasivos como es compasivo Dios con ustedes”.” No
condenen y no serán condenados; pero perdonen
y serán perdonados…con la medida que ustedes midan, serán medidos” ( Lc. 6 35-36). “Tuve
hambre y me dieron de comer” (Mt . 25,35)
En la parábola del ”Hijo Pródigo” , el
padre, simboliza a Dios. Nosotros
estamos representados en sus dos hijos:
el uno, el más joven es rebelde y derrocha toda su fortuna
en una vida licenciosa. El mayor
es resentido, envidioso y legalista….El
padre perdona a ambos, pero pide y exige
la reconciliación entre los dos hermanos. El mayor debe entrar a banquete y abrazarse con su hermano. Esta es
la exigencia clara e ineludible también
para todos nosotros. Nos lo dice S.
Pablo en forma muy sintética: “La fe se
hace eficaz por el amor” (Galatas 5,6)
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