Prueba
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Un grupo de trabajadores estaba
apilando serrín en el almacén de una fábrica de hielo, cuando uno
de ellos advirtió que se le había caído el reloj de su muñeca.
Inmediatamente, sus compañeros interrumpieron el trabajo para
buscarlo. Acabaron tomando la búsqueda como una diversión,
lanzándose el serrín unos a otros y armando una polvareda con el
serrín que antes había amontonado.
Pero no dieron con el reloj. Entonces,
decidieron dejarlo y se fueron a tomar un café.
Un joven, que había estado observando
toda la faena, entró en el almacén y, al poco rato, se presentó
ante el grupo con el reloj en su mano.
-¿Dónde estaba? –le preguntaron.
-¿Dónde? Pues en el almacén –les
dijo el joven.
-No puede ser –dijeron ellos-, lo
hemos buscado por todas partes. ¿Cómo lo has hecho?
-Me he puesto a ello en silencio
completo hasta que he oído el Sueve tic-tac del reloj y lo he sacado
de donde estaba enterrado bajo el serrín.
Deja de hacer ruido y
reconoce que yo soy Dios (Salmo 46,10)
Sólo podrás ver reflejada tu
imagen en las aguas quietas, nunca en las movidas.
Sólo en quietud podrás hallar ese
lugar de paz que se da en el silencio. (Lao-Tse)
Abrir
un espacio para orar
La sociedad espera del
sacerdote/religioso/a que sea una persona de Dios, entendiendo que
sea una persona de oración. De hecho, las personas se encomiendan a
las oraciones del sacerdote o de los religiosos y las religiosas
porque consideran que están más cerca de Dios y sus oraciones
tienen más posibilidades de ser escuchadas.
Se podría discutir muchas de las
afirmaciones contenidas en esta apreciación de la gente, pero una
cosa es cierta: el religioso, la religiosa está llamado a ser
persona de oración, una persona cercana a Dios. La vocación del
religioso y de la religiosa no se entiende en plenitud sin referencia
a la fe y, a ello, sin la oración el religioso/a tiende a reducir su
vocación a una profesión de lo sagrado. Con ello, puede ser una
persona generosa, entregada, cercana a la gente, pero deja de actuar
en nombre de Jesús, Aquel que lo había llamado a ser su
cooperador/a.
La oración es parte esencial de la
vocación del cristiano, más todavía la del religioso. No siempre
resulta fácil la oración y tampoco siempre se cultiva el ambiente
para ello. Al comenzar los Ejercicios Espirituales sería bueno
recordar seis sugerencias que puede ayudar para abrir espacio
en la propia vida para disponerse a la oración.
El punto de arranque de la oración
tendría que ser la realidad misma, el humus de lo diario, con
su opacidad y sus conflictos, con sus amenazas y contradicciones, con
sus alegrías y dudas, y también con este espacio abierto a una
dimensión invisible pero presentida. La realidad no es impedimento
ni obstáculo para la oración, porque no se puede rezar al margen
de la realidad, prescindiendo de uno mismo. Aún más, la oración no
puede ser el fruto de un rechazo ante la complejidad de la realidad,
ni una huída hacia un mundo ideal o esotérico.
Por el contrario, la oración es el
encuentro con la realidad más profunda de uno mismo. En la oración
uno se hace cargo de la realidad, con sus conflictos y amenazas para
arrimarnos a Dios con todo lo que se trae sobre los hombros. “Vengan
a mí todos los que están fatigados y agobiados, y Yo les daré el
descanso” (Mt 11, 28). La distracción en la oración no consiste
en la presencia de la realidad sino en la ausencia de Dios al
referirse a la realidad.
Disponerse para la oración implica
ensanchar el deseo, producto de la insatisfacción que brota
de la propia pobreza. Se tiende a culpar el ritmo de la vida, el
acoso de las peticiones, el aburrimiento existencial para justificar
la pereza orante. Frecuentemente se escucha la queja angustiante de
que uno está demasiado atareado apostólicamente y no le queda
tiempo para orar. ¿No sería bueno preguntarse si la respuesta no
yace en la misma pregunta? Si se está demasiado ocupado, ¿la
solución no será ordenar mejor el ritmo de la propia vida?
Por cierto, cuesta encontrar tiempo y
espacio, pero ¿no existen también otros factores que dificultan una
vida de oración? Así, el racionalismo (que prescinde del
lado misterioso de la realidad y pretende explicarla y dominarla en
su totalidad), el psicologismo (como explicación última de
todo, que sospecha de los deseos como huidas evasivas y les niega
sistemáticamente un origen transcendente, instalando al individuo en
un positivismo determinista), el narcisismo (que encierra al
individuo en sí mismo, cerrando el puente hacia el otro y deja al
individuo en una pieza llena de espejos donde tan sólo alcanza a
mirarse a sí mismo), la comodidad ( que ha llegado a ser una
necesidad absoluta y no deja espacio para la auto-disciplina y el
esfuerzo), el activismo impulsivo ( que hace creer que no se
necesita de nadie y que se puede solucionar todo con el propio
esfuerzo, con tal que uno se lo proponga) y la confusión de la
tolerancia con el amor (que idealiza una tranquila mediocridad,
negando al amor su natural inclinación a lo ideal, a la ausencia del
cálculo).
El ser cristiano no significa que no se
es también heredero de la época en la cual vive. Estas tendencias
actuales que se observan en la sociedad también están presentes en
los cristianos. Se es hijo de la propia época. Frente a la tendencia
pragmática que predomina, el deseo arrastra fuera de la estrechez de
los propios límites y abre al milagro de convertirse en creaturas
referidas al Otro.
El tercer elemento es el de la
perseverancia en la oración. En este espacio de encuentro
personal con Dios se requiere decisión, esfuerzo, empeño, paciencia
y trabajo. A veces, a pesar de las mejores intenciones, las palabras
de Jesús resuena en la propia vida orante: “¿Cómo es que están
dormidos? Levántense y oren para que no caigan en tentación” (Lc
22,46).
Curiosamente, a lo más gratuito hay
también que disponerse y prepararse. Aprender a orar es
gracia, pero también implica un proceso que requiere
esfuerzo, disciplina, trabajo para unificar las energías dispersas,
aceptación de que las actitudes esenciales para la oración no nacen
en ese momento y se abandonan después sino que toman cuerpo en el
transcurso de todo el día.
Evidentemente, crear un ambiente de
oración en la propia vida incluye necesariamente una vida de
entrega, de generosidad, de fidelidad. En la medida que se cultiva
pacientemente una atención descentrada de uno mismo y dirigida hacia
el otro, si va creciendo la capacidad de apertura, escucha y respeto
ante el misterio del otro, se estará más preparado para acoger a
Dios, a dejarlo entrar en la propia vida sin miedos, y de permanecer
ante él también cuando pareciera que está ausente.
Una vida de oración implica esta
actitud de estar vigilantes y preparados para la llegada del
novio, tan como está presentada en la parábola donde se distingue
entre aquellas vírgenes necias y aquellas prudentes (Mt 25,1-13).
Un cuarto elemento es la cercanía
personal a Jesús. Las acumulaciones de saberes, los
conocimientos doctrinales, el pensamiento discursivo, el análisis y
el excesivo intelectuales no es oración. Santa Teresa de Jesús
recuerda que el orar no consiste en pensar mucho sino en amar mucho
(Fund.,5,2-3); también dice: “les pido más que le miren”
(Cam.Perf.,26,3)
Una quinta característica es la de
cultivar la propia interioridad. Jesús enseña que “cuando
quieras rezar, métete en tu pieza, echa la llave y rézale a tu
Padre que está en lo escondido. (Mt 6,6). La oración es este
encuentro interpersonal, un diálogo íntimo entre la persona y Dios
Padre.
Por último, sólo si uno desea dejarse
alcanzar por Dios, sólo entonces se encuentra la eficacia de la
oración; una oración que transforma la vida y le afecta en el
horizonte de sus opciones, criterios y preferencias.
Hay dos actitudes básicas que
ayudan en la vida de oración: la pobreza y la filiación.
Sólo quien se siente pobre es capaz de hacer oración; sólo quien
se siente hijo es capaz de hacer una oración cristiana.
En la oración ponemos nuestro tiempo
y nuestra atención.
Un resumen de nuestra primera
meditación durante el retiro (23 de II de 2012)
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